Opinión
06/10/2023 | 13:35 |
Audios
¿Por qué una asamblea de trabajadores que cobran por debajo del nivel de la pobreza promueve semejante despliegue? ¿Cuánto cuesta movilizar los colectivos que llevan a esos trabajadores que no podrían pagar ni el boleto? ¿Y de dónde sale ese dinero, de sindicatos de los más pobres que despliegan movilizaciones millonarias?
¿Por qué una asamblea que debe elegir autoridades de un sindicato, está dicho, de los más humildes trabajadores, genera semejante tensión, con el antecedente de un crimen sicario y la contienda entre dos líderes sindicales que no tienen nada en común con la multitud que quieren representar? ¿Por qué decenas de miles de humillados por sueldos que son migajas, pero que es lo único que tienen, están sometidos a la obligación de subirse a un colectivo a las 7 de la mañana, pasar todo un día bajo control para levantar la mano, sabiendo que debe levantar la mano, para eso lo llevan?
¿Por qué se admite, como si fuera creíble, que pelean por los derechos de los trabajadores si lo hacen a todas luces por una caja muy jugosa?
¿Por qué es normal escuchar a una de esas trabajadoras contar que si no va a la asamblea, te hacen echar por la empresa? ¿Y por qué eso es cierto y las empresas despiden a los marcados por los caciques sindicales?
¿Por qué el poder político de Córdoba, que cuenta en sus filas con los dirigentes que dirimen sus diferencias a tiros o con manos levantadas en manadas transportadas mira para otro lado como si no los conocieran, como si no los tuvieran en sus boletas electorales, como si no hubieran apelado a sus manejos territoriales para sacar ventajas electorales? ¿Por qué hicieron un silencio atronador frente al crimen sicario de Gabriela?
¿Por qué es normal, aceptado que dirigentes sindicales que representan a trabajadores que no tienen para comer ostenten un nivel de vida de privilegio? Al margen de ideologías o de adhesiones políticas, ¿en que se parece los Saillén y los Fittipaldi de hoy a Tosco, que era de izquierdas, o Atilio López que era peronista?
A cuarenta años de democracia, ¿por qué una mayoría tolera, silencia y finalmente legaliza con el voto estas expresiones de mafia organizada, de corporaciones delictivas vinculadas al poder político, de perverso abuso de los más vulnerables en nombre de la democracia sindical, del uso de la violencia y la extorsión como herramienta de negociación y de complicidades indisimulables con el poder político, de cualquier signo y en cualquier lugar?
Todas esas preguntas tienen una sola respuesta, imposible de no verla por mucha ceguera que se finja. Es el descomunal negocio de la pobreza en una de sus peores y más perversas variantes. Una de las más costosas batallas culturales perdidas en cuarenta años de democracia. Una de las más difíciles de revertir, en los próximos cuarenta años. Aun si empezáramos a trabajar desde hoy.
Por Miguel Clariá.